Desesperación
Fotografía del autor |
Hoy
incluyo uno de mis microrrelatos de juventud. Han pasado muchos años y en
absoluto podría decir que sea representativo de mi obra. Pero tal vez por un
golpe de nostalgia le doy libertad del oscuro cajón que lo secuestra, lo
desempolvo y dejo caer por aquí (tal cual y sin ningún tipo de corrección) para
que opinéis. Tampoco me parece el mejor de mis primeros escritos y, ése, es el
gran motivo para mostrarlo ahora. Casi lo tenía olvidado en algún punto de
mi cerebro. Es un cuentecito
pesimista, cargado de las comeduras mentales de un joven escritor, un
veinteañero lleno de inquietudes el cual creía se iba a comer el mundo. A algunos os gustará, a otros no; pero espero, eso sí, que
a todos los que seáis escritores, os haga recordar vuestras primeras líneas
para luego pensar: “así comenzó todo”. Mi única pretensión por lo tanto, que recapacitéis: que de no haber escrito estas cosas, jamás podríais haber llegado a
vuestra literatura actual. Aprended pero no reneguéis; y releed pues las sorpresas pueden aparecerse por cualquier esquina de improviso, como un chorro de aire fresco.
DESESPERACIÓN
Fotografía del autor |
¿Para
qué diablos he de madrugar todos los días? El despertador suena constante,
siempre igual, mañana tras mañana: desesperación. Nada más levantar los
párpados veo alguno de esos bichos en la pared. Y pienso que hemos compartido
la noche, la cama, tal vez los sueños: desesperación. Me visto: los pantalones
se me van cayendo por el pasillo. ¿Dónde está el cinturón? ¿Quién me ha
escondido el cinturón cuya hebilla deslumbra a las mujeres indiscretas?:
desesperación. El metro aborta miles de fetos. Hedor por la putrefacción
encerrada en un vagón. Todos deformes; todos terriblemente anónimos; todos
autómatas, como si careciesen de personalidad, de vida propia. Como si su única
misión consistiese en producirme arcadas. ¡Arcadas!: desesperación. La calle,
¡por fin! Pero todavía se enrolla la oscuridad a mi cuello. El conductor de
autobuses es el más antipático de todos. Nos alejamos en busca de la claridad
que NO encontramos: desesperación. Cuando empieza a nacer la luz, empieza
también a formarse en mi retina el polígono industrial: PARADA SOLICITADA. Me
parece distinguir una ligera sonrisa en la cara del conductor que me empuja al
precipicio, que me abandona, que deja que agonice entre los humos que me
engullen. Me quedo aquí parado, viendo al autobús alejarse de la muerte:
desesperación.
Los humos me arrastran a la fábrica. Multitud de trabajadores
disciplinados obligados a no romper la cadena. Multitud de caras tristes llenas
de desesperación: desesperación. La sirena. Treinta minutos. La sirena.
Multitud de caras tristes. Personas con corbata paseándose de arriba abajo, sin
saber qué hacer. Jornada concluida. Veinticinco minutos a la espera del
autobús. El mismo conductor antipático, esta vez recuperándome a la vida. Ya en
el metro una voz dulce de mujer resuena por todo el andén: "Atención, señores
viajeros. Metro de Madrid informa: debido a que se ha arrojado a las vías un
obrero harto de la sociedad, de la incomprensión de los despertadores, de esta
vida ridícula y artificiosa, se mantendrá interrumpida la línea 6 hasta nuevo
aviso. Disculpen las molestias". Miro hacia la vía observando un hombre
mutilado. Un gran reguero de sangre arrastra las colillas hacia la oscuridad del
túnel. La mano de un vigilante me echa hacia atrás mientras se comienza a
desalojar el andén: desesperación.
Siento empatía hacia tu escrito, amigo. Muy bueno
ResponderEliminarCiertamente como dije, ya ha llovido. Un fuerte abrazo y gracias por seguir mis humildes pasos, compañero.
ResponderEliminarNo sé si se ha vuelto así por pasar años en el cajón, pero a mí me parece un relato muy maduro.
ResponderEliminarGracias, amigo y compañero...
ResponderEliminarYa puedes dejar de aprender: ponte a escribir.
ResponderEliminarBreve, directo, sin redondeces que eviten herir al lector. Bien por ti, David.
ResponderEliminarSí, Enrique, las letras en ciertos momentos se pueden convertir en armas afiladas.
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